Jackson Guitar

miércoles, 9 de enero de 2019

De barcos, amarres y muelles.

No halla ya lugar el fatalismo,
años nos hicieron falta para comprender
que al Sol rojo debemos levantarlo,
pues él mismo nos muestra su frente pero no su rostro.

Salir de la terraza desde donde se mira impaciente algo que no llega,
salir del lodazal turbulento del movimiento inconcluso,
hay que perder el miedo a separarse de aquello que,
como un muro, nos pierde en el nihilismo o deja al cerebro obtuso.

El movimiento por el movimiento no es en sí superante,
se da de bruces con lo que tiene delante, impotente,
cual barca amarrada a un muelle que, por el oleaje, choca siempre contra este.

La barca, sea o no pilotada, es el proletariado;
las olas, tal movimiento;
el muelle, el Estado y el límite de su acción espontánea;
las cuerdas, las correas de transmisión de la ideología burguesa.

Hubo una época en que el oleaje era intenso, insaciable,
movido por la descomposición del mundo de los señores feudales.
Las barcas, recién construidas, con sus cuerdas aún frágiles
se abalanzaban sobre los muelles contra los amarradores cobardes.

Pero los muelles seguían intactos,
algunos pilotos se confiaron demasiado,
pensaron que gestionando los puertos estábamos salvados,
mas las cuerdas se apoderaban más y más de los inexpertos barcos.

Así avanzó el sujeto revolucionario limitado por su contexto histórico
en el matrimonio del cierre del telón burgués y la apertura del proletario.
Conocida la original situación que hizo perecer al Gran Acto de Otoño,
había que rearticular desde su legado un nuevo y superior asalto.

Y aquí nos encontramos, montando las escaleras y armando los ganchos
con los que levantaremos el Sol rojo que iluminará bien claro
a los bien armados barcos que romperán las cuerdas de los puertos,
despedazarán los mohosos muelles oxidados por los siglos,
y cuyos tripulantes construirán el último Mundo Nuevo
donde no quepan puestas de soles a lo largo de los hemisferios,
pues será el mundo total de y para los humanos plenos.

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