Jackson Guitar

miércoles, 13 de marzo de 2019

Sufrir

Sufrir sin entender la raíz de nuestro sufrimiento es doloroso y desesperante, siempre enmascarado entre "será un castigo divino", "no hay nada que hacer" o "quizá me lo merezco".

Sufrir siendo consciente de la raíz de nuestro sufrimiento es doloroso y odioso, la sombra de su razón de ser amartillándonos el cráneo mientras aún nos peleamos entre la ira y la apatía con tal de que haya un fuego que nos mantenga en pie o lo apaguemos para no quemarnos más.

Ni el estrés, ni la ansiedad, ni la poca autoestima, ni la desgana, ni el desasosiego, ni los bajones, ni las ganas de perder el máximo tiempo posible y sentirse culpable por hacerlo, ni la cara mustia, ni las ganas de gritar en un bosque para no molestar mientras revientan varios capilares en los ojos, ni el hervor de la sangre y el estómago mientras se acidifica la saliva, ni la soledad en grupo, ni el agobio en la ciudad, ni la irrelevancia en el campo son caprichosos ni irracionales.

Existe una vinculación interna entre estos elementos, entre todas las espadas y agujas que atraviesan y configuran la fisonomía y estado mental del proletariado. Y porque existe esa concatenación de elementos como derivaciones naturales de una misma cosa, y porque somos el último producto desgarrado de esa misma cosa (la sociedad de clases) podemos, y debemos, y cada vez más queremos, y hacemos lo que está en nuestras manos para contribuir a elaborar la hoja de la espada que nosotros mismos empuñaremos y con la que descuartizaremos todas y cada una de las ataduras miserables que nos oprimen la vida y el pecho, y será nuestro menester crear unas nuevas que no nos retuerzan el pescuezo, sino que nos los acerquen gentilmente para poder escuchar el bombeo de la sangre viva y besar su riego.

Y quienes osen por entonces levantar más muros de agonía insufrible merecerán el más severo de los castigos de ser enviados con la contundencia más violenta de las masas a su histórico, pútrido y cementérico basurero.

miércoles, 9 de enero de 2019

De barcos, amarres y muelles.

No halla ya lugar el fatalismo,
años nos hicieron falta para comprender
que al Sol rojo debemos levantarlo,
pues él mismo nos muestra su frente pero no su rostro.

Salir de la terraza desde donde se mira impaciente algo que no llega,
salir del lodazal turbulento del movimiento inconcluso,
hay que perder el miedo a separarse de aquello que,
como un muro, nos pierde en el nihilismo o deja al cerebro obtuso.

El movimiento por el movimiento no es en sí superante,
se da de bruces con lo que tiene delante, impotente,
cual barca amarrada a un muelle que, por el oleaje, choca siempre contra este.

La barca, sea o no pilotada, es el proletariado;
las olas, tal movimiento;
el muelle, el Estado y el límite de su acción espontánea;
las cuerdas, las correas de transmisión de la ideología burguesa.

Hubo una época en que el oleaje era intenso, insaciable,
movido por la descomposición del mundo de los señores feudales.
Las barcas, recién construidas, con sus cuerdas aún frágiles
se abalanzaban sobre los muelles contra los amarradores cobardes.

Pero los muelles seguían intactos,
algunos pilotos se confiaron demasiado,
pensaron que gestionando los puertos estábamos salvados,
mas las cuerdas se apoderaban más y más de los inexpertos barcos.

Así avanzó el sujeto revolucionario limitado por su contexto histórico
en el matrimonio del cierre del telón burgués y la apertura del proletario.
Conocida la original situación que hizo perecer al Gran Acto de Otoño,
había que rearticular desde su legado un nuevo y superior asalto.

Y aquí nos encontramos, montando las escaleras y armando los ganchos
con los que levantaremos el Sol rojo que iluminará bien claro
a los bien armados barcos que romperán las cuerdas de los puertos,
despedazarán los mohosos muelles oxidados por los siglos,
y cuyos tripulantes construirán el último Mundo Nuevo
donde no quepan puestas de soles a lo largo de los hemisferios,
pues será el mundo total de y para los humanos plenos.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Las nubes un día se irán.

Érase la tierra de las cenizas y el barro, por ahí merodeas cansada.
Los pasos son lentos y cuesta despegar los pies del suelo;
los párpados de los ojos, si bien no están sellados;
las palabras del tórax oprimido.

Han sido demasiadas lanzas,
demasiadas lenguas inoportunas.
Muchas vueltas dadas a la Vía Láctea
en este descampado de almas.

"¿Dónde está la magia?", te preguntas.
"Quiero dejarme caer y fundirme con el panorama",
te reafirmas en que ya no hay nada,
pero pasas por alto las siguientes líneas.

Que, aunque guardadas, tienes dos negras alas;
aunque encogida, de mármol de Bernini es tu estructura;
aunque bajos y escondidos, color de invocar dragones son tus discos de vidrio;
aunque menospreciado, en agua, coral, roca y sal está forjado tu estampado.

Te parecen todos espejos curvados
en un laberinto de años y años
y tus ojos no ven más allá de los daños
cuando deberían romperlo todo a pedazos,
tus alas batir hasta que el mal fuera llano
y alzar el vuelo más allá de los astros.

No será quien escribe quien consiga curarlo,
mas puede recitar con guitarra en mano
todas las visiones de tu cuerpo en pedazos 
que se recompone y diferencia de estos campos desolados.

Si bien tiene voz, tu visión se la arrebata
ya que tus formas y facciones, su respiración, la corta.
Serán las dagas puntiagudas de tus ojos caramelo 
las que al mirarlo en un instante hacen que se pare el tiempo.
Y los relieves de tu cuerpo responsables de que sus dedos
paseen con la precaución de quien lo observa todo lento.
Serán lentes, ya que pienso, las que capten las esencias 
de lo bello de tu cara si un servidor no pueda verla.

Será su mente despierta la que espera y desearía
que un día se revele el ángel que tienes por compañía, 
que el laberinto de fuego se extinga y dejes de verlo,
que tu túnica de ruinas sea de seda muy fina, 
que el mármol, ahora encogido, sea tu escudo fidedigno
que destroce las balas de las visiones tan malas,
que las dagas y plumas de tus fornidas alas
te sirvan de contraataque contra cualquier amenaza 
y te sientas segura en tu invencible armadura,
caminando por los valles y montañas de la Luna,
navegando por los mares, las selvas y las dunas
de los desiertos o poblados paisajes de tus aventuras.

Y el marinero que una vez pidió al mar que te inspirara
se ha percatado que tiene dentro el mar más grande a quien redacta, 
con tus días calmados y tus súbitas olas
que dentro guardan un mundo de tesoros y joyas,
que por fuera saltan los peces y se asoman las orcas,
que vislumbrarte es como ver el gran cielo a todas horas.

Que si hay cenizas, están disueltas en lo basto del agua,
que si hay barro, en este se esconde la fauna más asombrosa, 
que si hay nubes, el Sol irradia con fuerza y estas las traspasa,
que, en resumidas cuentas, eres belleza personificada.

sábado, 28 de mayo de 2016

Inspírala.

Ay, mar.
Cómo me gustan todas y cada una de tus olas,
sean grandes o pequeñas,
choquen contra acantilados o hagan balancear mi barca.

¿Y los peces que asoman a tu superficie?
Esos que se dejan ver en más de una ocasión,
que tímidamente guardas para tus adentros,
pero que son tú y por eso te hacen más alegre aún.

Qué bonito es pasar la mano y notarlos por mis yemas.

También el rumor de tu movimiento,
que de cada sonido emanan melodías
que esconden el arte que tienes aprendido,
ese de la vida y sus estructuras.

Cuando dejas ver tus profundidades oscuras,
aquellas que oprimen el pecho, te comprendo.
Pero forzosamente llegan los corales,
que si eres vida, eres altibajos, mareas y calmas.

A todo esto, mar,
debo contarte que tienes homóloga en persona,
que sus olas son curvas,
sus peces son manchas,
sus rumores, su voz;
y su abismo, sus inseguridades;
que ojalá os conocierais un día en verano
y volviera a sus tierras vestida de coral,
que este marinero en su barca la ayudase a subir de la zona abisal,
o que ella,
con el ímpetu de su oleaje,
lo hiciera.

Mar,
inspírala.

domingo, 8 de mayo de 2016

De acero.

Tú me dices
que esta cárcel compuesta de
carne, huesos y piel que (te) señalas
no te deja ser feliz,
y es que la llamas cárcel
porque ahí has encerrado sufrimiento,
que ha sido escenario de
prejuicios, angustia y auto-castigo,
fruto de toxicidad personificada.

Y yo te digo
que esta cárcel compuesta de
carne, huesos y piel que (te) señalas
dejará de ser una cárcel,
pero como en toda lucha contra una opresión
hay que empuñar armas,
así que prepárate para cortar barrotes con
mentalización muy afilada,
dejar fuera de combate a guardias con
Voluntad de Poder,
pasar delante de cámaras de vigilancia sin
miedo,
pues no hay quien pueda con una
Übermensch
que tire abajo los muros levantados por sus propias manos
en un episodio triste de destrozada autoestima.

Y más te digo incluso,
que esos barrotes serán los tallos,
que la sangre derramada será la savia,
que los añicos de los muros serán las hojas y los pétalos
de las flores que nacerán
de tus estrías, tus caderas, tu vientre, tus manos, tu pecho y tu cuello,
y las cámaras serán testigos de cómo
alguien presa de sí misma
se reconstruye de tus añicos purificados.
Y entonces,
solo entonces,
cuando ni un espejo ni unos ojos sean un obstáculo a tu felicidad,
serás invencible, imparable.
De acero.