Jackson Guitar

sábado, 18 de abril de 2015

Se perdió mirando la Luna.

Érase un día una medianoche de estío, 
Morfeo no llegó a presentarse en mi asilo.

Pensando entonces en lo hecho esa jornada 
una risilla se escuchó en mi ventana.


Dije "Bueno, será cualquiera de la calle", 
pero mi nombre resonó en alguna parte.

Pensé, entonces, que alguien me llamaba 
pero en un rato no volví a escuchar nada.


Así pues, intenté conciliar la calma, 
mas ese alguien reclamó mi atención. 
Esta vez fui directo a la ventana, 
no creeréis quién fue quien me reclamó.


Era la Luna.

No tenía ojos, 
pero su mirada fijó directa en la mía. 
No tenía labios, 
pero su sonrisa se esculpió perfecta y tímida.

Jamás presencié algo tan abstracto, 
no encajaba en las dimensiones que conocía.


Me dijo, pícara, si quería hablar con ella. 
Al asentir me invitó a dejar este lugar.

Tan inocente pensé que salía de casa, 
pero todo cambió después de parpadear. 

Me sentí asustado al reconocer los planetas, 
que no era mi puerta lo que tenía detrás.

Encontré un árbol tristón al volver la cabeza, 
con pétalos blancos como el lino, el azahar.


El tronco, prominente y de tonos grisáceos, 
resguardaba una jovenzuela en sus brazos.

Me miró y reconocí esa presencia extraña. 
"Tengo frío" me dijo, y fui a arroparla.


Me contó que se perdió mirando la Luna, 
surcando sus mares de cráteres y dunas, 
que cuando se vio aquí le surgieron las dudas, 
que se refugió aquí de la cruel guerra inmunda.


Desconcertado, le pregunté qué era este sitio, 
se arropó más a mí y me susurró al oído.


Me confesó que era un lugar místico, mágico, 
donde muchas personas se perdieron mirando, 
al que los ojos anhelantes permitían acceso, 
en el que el dolor se perdía, dando paso al consuelo.


Se apoyó en mi hombro al acabar de relatar, 
y pronto vi mi piel empezarse a evaporar. 
Se fundió con sus cabellos rubios, casi albos, 
y sentí que no sentía frío ni calor.


Pronto relacioné su historia y los hechos. 

Nunca imaginé esto como algo tan bello.


Me prestó su catalejo y apunté hacia mi ventana. 
Me vi tumbado, pálido y con ojos que me miraban.


Pero no me miraban.

Se posaban en el árbol en el que me apoyaba.


Era la Luna que se había llevado mi alma.